Hace unos doscientos mil años, el aumento de las potencialidades del cerebro y el procesamiento de la energía fuera del propio cuerpo (energía extrasomática) modificaron los mecanismos de evolución de la especie humana y permitieron el acceso a la cultura y a la historia. Toda la vida y su evolución se fundamentan en la capacidad de los seres vivos para procesar la energía: captarla del ambiente (fotones solares, alimentos, suelo) y utilizarla (metabolismo) para mantener su orden interno y sobrevivir y reproducirse. Todo el procesamiento de la energía se realiza en el interior del ser vivo. En las plantas, los fotones solares penetran en la intimidad de sus cloroplastos y allí se realizan las complejas reacciones de las fotosíntesis. En los animales, los alimentos penetran en su interior, donde son digeridos y asimilados. La energía que contienen se almacena (como grasa) o se utiliza para generar el trabajo celular. Pero el ser humano, gracias a su mayor inteligencia, ha conseguido una ventaja extraordinaria que no disfruta ningún otro ser vivo: la capacidad de procesar energía fuera de su propio organismo; es la energía extrasomática. La primera y más importante de las formas de energía extrasomática es el fuego. No es ni más ni menos que el aprovechamiento de la energía de los fotones solares acumulada, por ejemplo, en las partes secas de los vegetales, como la madera. En cuanto nuestros ancestros fueron capaces de una primera domesticación del fuego comenzaron a percibir sus efectos beneficiosos. Los protegía de los depredadores y del frío, permitía las innovaciones tecnológicas (cerámica, metalurgia), aumentaba la socialización y modificaba los patrones de nutrición mediante el cocinado de los alimentos. La segunda forma de procesar energía extrasomática tiene que ver con los vestidos, que permitían aportar calor al cuerpo, fundamentalmente evitando la entrada del frío y conservando el propio calor corporal. La fabricación de prendas abrigadas y cálidas tuvo una gran importancia durante los miles de años de glaciación que constituyeron la última etapa de nuestra evolución. La tercera es la domesticación de los animales. La ganadería es una forma de almacenar la energía de los fotones solares en alimentos, como la carne, la leche o los huevos. La ganadería supuso un aumento de las reservas energéticas en comparación con la energía que proporcionaba la azarosa caza. También la domesticación de los animales permitió utilizar su energía muscular para realizar el trabajo agrícola o de transporte de personas o mercancías. La cuarta forma es la domesticación de las plantas. Las técnicas agrícolas permitieron acumular grandes cantidades de energía solar en forma de cultivos de diversas plantas y almacenar los excedentes de energía de manera sencilla en silos y graneros. La quinta es la utilización de la energía eólica, mediante los molinos, y de la acuática, mediante norias y embalses que proporcionaban la fuerza de los pequeños saltos de agua. Todas estas formas de energía extrasomática se fueron desarrollando gradualmente y han permanecido casi inalterables durante miles de años hasta hace poco. Todas las personas que tengan mi edad pueden recordar cómo en su niñez los campos se araban mediante el esfuerzo de un animal, que tiraba del arado, y el de un agricultor, que iba detrás. Las cosas se transportaban en carretas de tracción animal, la mies se segaba a mano con la hoz y el heno con la guadaña. El trigo se trituraba en molinos de viento y muchas herrerías aprovechaban la fuerza de pequeños saltos de agua para mover sus utensilios. Y en muchos hogares se hacia la comida y se calentaban en invierno quemando troncos de madera en un lar o mediante la combustión de carbón vegetal en braseros. Hace dos siglos se comenzó a sacar la energía de lo que podríamos denominar (con mucha liberalidad) «fotones fósiles». Primero en forma de carbón o turba, que eran los vegetales que habían quedado enterrados por cataclismos de la corteza terrestre y permanecieron bajo grandes presiones durante millones de años. Luego llegó el uso del petróleo y sus derivados, así como del gas, también combustibles producidos a partir de vegetales fósiles. Finalmente llegaron otras formas de energía extrasomática, como la nuclear. La capacidad de procesar energía fuera del organismo permitió a los seres humanos dar un giro a su tendencia evolutiva, sobre todo en los últimos miles de años. Dio comienzo así la llamada evolución cultural, que traería la civilización, la escritura, la historia y la tecnología. Y también algunos problemas.
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